Mi
abuela Mima
A
mi abuela todos le decíamos Mima. Y todos éramos todos: los 7 hijos, los 17
nietos, los 16 bisnietos y los cientos de vecinos del pueblo. Pero su verdadero
nombre era Martha Lydia Cabrera. ¡Y bien orgullosa de ser Cabrera! Cada vez que
la acusábamos de tener un “maranaje”, ella se defendía diciendo –Yo no soy
Marano. Soy Cabrera. ¡Y a mucha honra!
¡Que
brava era mi abuela! El doctor le recomendaba que caminara, aunque sea una
vuelta a la manzana. Sin embargo, ella no recorría ni el largo ni el ancho del
jardín. Cuando Beatriz se lo criticó, ella dijo –Me compro una silla de ruedas-.
A lo que mamá replicó –Yo no pienso empujarte-. La abuela lo resolvió rápido y
le contestó -¿Para qué? Si yo me voy a comprar una silla eléctrica.
¡Que
generosa era mi abuela! Cada vez que se enteraba que algún conocido del pueblo
esperaba un bebé, la abuela compraba lana blanca y con un par de agujas 4, le
tejía una hermosa y suave mantilla. Así, se hizo famosa entre los pequeños,
también tejiéndoles chalecos rayados que hacía con lanitas que le sobraban a
los que eran un poquito más grandes y ya sabían decir “Mima”.
¡Que
graciosa era mi abuela! Un día el tío Víctor trajo a un muchacho francés a la
casa y el pobre no entendía nada de castellano. Cuando la abuela nos lo dijo a
Luján y a mí, que teníamos unos 7 años, no le creímos. Entonces la abuela,
mirando para un costado y haciendo como que no pasaba nada, dijo la palabra
“puto” varias veces. ¡Nosotras no podíamos ocultar nuestro asombro! Y
conteniendo la risa, veíamos brillar los ojos de la abuela traviesa.
¡Que
trabajadora era mi abuela! No la amedrentaba ni el crudo frío del invierno ni
el terrible calor del verano, levantándose al amanecer a darle de comer a sus
animales y lavar la ropa de sus 7 hijos. Tanto que, poco tiempo antes de salir
para el hospital a tener a la tía Mónica, estaba arreglando un alambrado. En
verano, con un único vestido, lo lavaba y colgaba al sol, yéndose a dormir la
siesta y poniéndoselo nuevamente para seguir con su jornada.
¡Que
valiente era mi abuela! Cuando era joven, pronto perdió a Maruchito y
poniéndole el pecho a la vida, continuó criando a sus hijos sin olvidar esa
bebé hermosa que iluminó sus vidas. Ya de grande, perdió al tío Dide, dolor que
casi le arranca el corazón. Siempre me dijo –Yo le pedí a Dios que me ayudara.
Que debía seguir por ustedes-. Así lo hizo, demostrándonos su entereza.
¡Que
“peleadora” era mi abuela! Siempre nos cantaba -¡Chorra, vos tu vieja y tu
papá!-, cuando le sacábamos caramelos del frasquito en su caja de tejido.
Cuando le decíamos –Yo te quiero-, ella contestaba –Yo no-, riéndose pícara.
También cuando el tío Raúl hacía como que le reclamaba plata, ella, decidida,
decía –Sari, tráeme el monedero que yo no me ando con chiquitas-, haciendo el
gestito de plata con su mano derecha. Y cuando
le hacíamos un favor, nos lo agradecía diciendo –Que Dios te lo pague,
porque yo ¿quién sabe?
¡Que
leal mi abuela! Nunca se olvidó de su
familia en Pehuajó y Magdala. Siempre hablaba por teléfono con su adorado
Josecito y la incansable Alicia, a quienes consideraba más que sobrinos, hijos
en realidad. También los visitaba cuando podía y todavía recuerdo sus
encuentros en la casa de la tía Ana María cuando yo la acompañaba.
¡Que
paciente era mi abuela! Siempre nos esperaba con alguno de sus manjares, como
tortas fritas o duritos, en los días de lluvia. ¡Su budín de pan y las torrejas
eran la gloria! Se tomaba todo su tiempo para recibirnos con sus mates
calentitos, incluso cuando sus manos temblaban, sus años acompañándola.
Mi
abuela fue la persona más brava, leal, paciente, generosa, graciosa,
trabajadora y valiente que conocí. Yo pensé que era inmortal, semejante era su
luz, su bondad. Cuando nos recibía cantando -¡Te quiero, como no te quiso
nadie, como nadie te querrá! ¡Te adoro, como se adora la vida…!-, haciéndonos
sentir importantes, amados.
Fue
la mejor maestra que tuve: de ella aprendí a reír, a ser amable con los demás,
a cumplir la palabra que es sagrada, a estar orgullosa de mi familia. Aunque ya
no esté entre nosotros, siempre será nuestra guía en los momentos de duda y
desconcierto, su corazón latiendo desde el cielo, nuestro ángel protegiéndonos.