Los Malenques
Tomó el segundo brazo del río. La lancha hacia un ruido
adormecedor, pero Laura debía permanecer despierta, alerta. Su pelo rubio,
ahora casi blanco y su peil enrojecida por el sol, daban evidencia de sus meses
en la selva amazónica.
Su despedida de la tribu Malenque no fue lo que había
previsto.
-No había nada que hacer.
-Sólo el cuchillo servía.
Cuando llegó a esa remota población a principios de
Septiembre de 189, los Malenques la recibieron amistosamente. Solo los viejos
desconfiaban, encogidos en sus tiendas, sus plegarias al cielo para que Laura
se alejara. Varios hombres los habían visitado, pero ella, siendo la primera
mujer blanca que conocían, los perturbaba. Sus estudios antropológicos se
centraban en las costumbres de las mujeres y los niños.
-Sus pequeños, delgados brazos rodeaban mis piernas.
-Sus sonrisas me relajaron, demasiado creo.
-Mis estudios se eclipsaron.
Cuando llegó, solo había una embarazada. Lupe parecía tener
30 años, pero solo contaba con apenas unos aproximados 14 años, una
adolescente según la cultura occidental
Su parto fue complicado desde el principio, su enorme vientre estirándose tanto
que parecía que la piel se iba a partir en pedazos. Esa noche tormentosa estaba
llena de humedad, de tensión, de expectativa.
-Las horas pasaban.
-Su dolor aumentaba.
Su decisión de tomar el cuchillo fue impulsiva. Ahora lo ve.
Tomó un lugar que no le correspondía. Cuando abrió el vientre de Lupe, su grito
atravesó el aire.
-Eran gemelos.
-Eran una maldición.
Los viejos no se lo explicaron. Ni a Lupe que ya conocía el
destino de sus bebés, ni a Laura que no contemplaba a la muerte como una
opción. A medida que Laura se alejaba, desterrada, la violencia en los ojos de
los ancianos, desterrada, escuchaba el ruido de sus cuerpos cayendo al agua,
cercando su lancha.
-Los tiraron al río.
-Los oí caer.
-Los vi morir.
Ana Ovejero
mail: ana.ovejero@gmail.com
instagram:ananbooks
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