Solidarios
Desde el primer momento fueron “los rubios”. Así los conocían
tanto los médicos de la ONU como los sobrevivientes del terremoto. Haití era
otra vez golpeada. La naturaleza no le daba oportunidad de recuperarse a ese
país sobrepoblado de pobreza y desesperanza. Como muchos, los rubios buscaban
un bebé negro para adoptar. Se sentían solidarios, despertando la admiración en
su círculo social.
Lo primero que los golpeó cuando salieron del aeropuerto fue
el hedor a podrido. A través de la ventana del taxi vieron los cuerpos
alienados al costado de la carretera. Cubiertos por lonas plásticas, eran
tantos que era imposible enterrarlos a todos. Fueron directo al hotel cinco
estrellas que, irónicamente, no había sufrido ningún rasguño por el temblor. El
botones acarreó las pesadas valijas hasta el décimo piso. La vista era tan
desagradable que mantuvieron las cortinas cerradas. El orfanato se encontraba
al otro lado de la ciudad. Esta vez decidieron llevar barbijos.
Los niños se mantenían paralizados en sus camas. Los rubios
caminaron a través del corredor que contenía a los pequeños alistados para ser
adoptados. No eran los únicos extranjeros. Una pareja española y otra francesa,
collares de perlas para las mujeres, se encontraban en la misma situación.
Finalmente, se decidieron por un pequeño de unos dos años. Pidieron datos de su
origen, desconociéndose si los padres estaban vivos, y posibles enfermedades
que haya sufrido, su evidente barriga
llena de aire.
Durante el viaje al hotel, el niño lloró desconsolado. Le dieron
unas gotitas para que se durmiera. Ya en Washington lo esperaba un cuarto
decorado de azul con nubes pintadas en las paredes. También lo esperaba la nana
que lo criaría.
Nunca le dirían dónde había nacido, siempre se sentiría un
extraño, el invierno que nunca llega a la isla helándole los sueños. De adulto se obsesionaría con el Caribe, visitando sus playas con regularidad. Nunca sabría su cercanía con aquellos que veía jugar al futbol en la arena, sus pies moviéndose al compás de los tambores, su envidia hacia la serenidad con que aceptaban su fatídico destino
Ana Ovejero
mail: ana.ovejero@gmail.com
instagram:ananbooks
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